Pequeños tesoros

viernes, 17 de mayo de 2013

II. Give me love.

 Subí al mismo tren que me había llevado hasta ti hacía tan solo dos horas... La misma mujer amargada que esa tarde de otoño me había pedido el billete, ahora me pedía el actual. Me miró con la misma cara de soledad que tenía tan solo dos horas antes. Le volví a sonreír. Y me volvió a mirar. Pero está vez cambió la mirada. Ya no era tan fría. Supongo que se había dado cuenta de que algo en mí había cambiado. Pasé de largo. Me volví a sentar en el mismo asiento en el que me senté para ir a verte. El de al lado de la ventana, la ventana que estaba justo al entrar por la primera puerta del tercer vagón. Ese asiento. En realidad siempre me he sentado ahí. En realidad siempre ha sido para ir a verte. Volví a mirar por la ventana, y volví a lanzar un suspiro casi desesperado...desesperado, al fin y al cabo. No había sido el mismo suspiro que había lanzado hacía dos horas. Este estaba vacío. Como yo, claro está. Volvieron a pasar los primeros 10 minutos y volví a estar tan nerviosa como estuve diez minutos antes de bajarme del tren. Esperé tres segundos más, y volvió a pasar lo mismo que pasó en el viaje de ida. Se volvieron a abrir las puertas del tren y volvió a aparecer el mismo acordeonista con el mismo sombrero y el mismo repertorio de canciones para hacerme recordar, lo que minutos antes, me habías dicho. Volvieron a empezar los acordes y volví a acordarme de tu voz. El chico del sombrero me volvió a mirar. Y yo volví a bajar la mirada, avergonzada. Se acercó a mi asiento y disimulando, se sentó en el de al lado. Seguía con su música, con sus canciones en inglés, y con sus sonrisas tan sinceras, o quizá no tanto. Volví a pensar en ti. Y volví a suspirar. El chico de las teclas se dio por vencido al ver que no tenía intención de entender la letra que cantaba, casi susurrando, a mi lado. Siguió su camino como tú seguiste el tuyo, después de decirme que habías encontrado a otra mejor. Y supongo que yo he vuelto a poner la misma cara de vacío que puse al ver que tú ya no ibas a volver nunca más. Miré al mismo cielo que había presenciado todas tus excusas inútiles. Sabía que nunca más volvería a ser el mismo cielo. Esas estrellas nunca volverían a ser las mismas, nunca brillarían igual. Volví a mirar la hora en el mismo reloj que dos horas y media antes me habían enseñado que eran las siete y media, y que solo faltaban 30 minutos para volver a ver tu sonrisa, que se supone que era la que me hacía sonreír a mi. Y que era la que ahora hacía que tuviera estas ojeras tan grandes bajo estos ojitos que no se cansaban de mirar todos los lunares que cubrían tu cuerpo. Pero claro, como siempre, te habías vuelto a ir, y yo había vuelto a quedarme tan sola que incluso el frío viento de Madrid, hacía que me ardiera la piel justo donde tus manos me habían dado la última caricia que me darían en el resto de nuestra vida...de mi vida, mejor dicho, porque ya no era tuya, claro. Lo peor era que tú ya no ibas a estar para quitarme este ardor que me estaba matando. He vuelto a cerrar los ojos, y he vuelto a pensar en ese mismo tren. Minutos más tarde de que el acordeonista se marchara, volvió a aparecer tocando la famosa canción I'm yours de Jason Mraz. Volvió a detenerse frente a mí, y me ofreció un papel con sus manos atrapadas en esos finos guantes blancos. Me incliné, y sonriéndole, la cogí. El chico se marchó sin dejarme pronunciar ni tan siquiera un "gracias". Abrí el sobre lentamente mientras pensaba en nuestra conversación en esa cafetería de al lado del Retiro.
 -¿Estás bien? 
 +¿Cómo pretendes que esté bien después de todo esto? Sí.
 -Eso espero. 
 Ahora me doy cuenta de que nunca me has conocido realmente como yo pensaba que me conocías. Pero bueno...Eso es lo de menos. Saqué un folio de dentro del sobre en el que se podía leer el nombre del tren que me llevaba hasta la otra punta de la ciudad.
 "Te prometo que si vuelves a sonreír como has hecho todo este tiempo, te devolveré las ganas de vivir, llenaré ese vacío que ha dejado el hombre que no supo amarte. El que no se le ocurrió otra idea que confesarte todo lo que había estado haciendo mientras tú esperabas para coger este tren una vez más e ir hasta la otra punta de la gran Madrid tan solo para decirle que le querías. Cosa que espero que me digas desde hace mucho tiempo. Aunque, tranquila, entiendo tu situación. Esta carta es una pequeña excusa para confesar lo que llevo sintiendo desde hace mucho tiempo, meses, quizá. No se, ya he perdido la cuenta. ¿Quieres saber una cosa? En realidad esta no era mi ruta, es decir, yo tendría que estar ahora mismo en otro tren, tocando otras canciones, y con una guitarra en vez de con este cacharro llamado acordeón. Pero bueno, un día iba a salir a fumar, y vi que un chico lo dejaba en la puerta de este tren. Me metí dentro y miré hacia tu ventana. (Se puede decir que ya es tuya). Te vi un poco alterada y parecías tener los nervios a flor de piel. Me encantaste. Probé a ver como sonaba el acordeón, y vi tu sonrisa al escuchar esa melodía en inglés. Desde entonces no dejo de subir a este tren, y no dejo de tocar la misma canción con el mismo instrumento. Supongo que tú no te habrás dado cuenta de estos pequeños detalles. Quizá sea cosa del destino, ¿no? Otra confesión más...Quizá no sea la más importante, pero quién sabe, a lo mejor algún día te dan ganas de volver a subir a este tren. Estoy enamorado de ti, y de todos los suspiros que lanzas al cristal, haciendo que se empañe para después poder escribir frases de canciones que te recordarán cosas, supongo. Atentamente, tu músico."
 Sonreí y me volví para buscarlo. Pero ya no estaba. Quizá era demasiado tarde. O quizá era demasiado pronto para olvidar el pasado y hacer un futuro distinto. Sentí miedo. No volví a saber nada más de ese acordeonista. Igual que no volví a saber más de ese tren. Todo me recuerda demasiado a ti. Y a esos paseos por Madrid. La bella Madrid.