Pequeños tesoros

domingo, 23 de marzo de 2014

VI. Oh, l'amour.

 Cafés solos con sabor a recuerdos perdidos, galletas con besos perdidos. Mi desayuno desde que tú no estás conmigo. El cigarrillo de primera hora, soso, amargo, melancólico. Como todo desde que tú no estás. Me dispongo a hacer la cama, vacía, sola, aburrida. Hace dos años tú estarías tumbado riéndote porque yo me tenía que ir y no me dejabas hacerla. Ahora ya no molestas. Ahora faltas. Abro el armario para vestirme, y no encuentro nada. Nada me gusta. Nada me queda bien. Antes tú me decías: "ponte esto, que vean lo guapa que eres y la mala suerte que han tenido por no haberte elegido a ti, que vean que eres mía." Y me dabas un vestido rojo y unos zapatos de tacón, y yo iba al baño y me pintaba los labios rojo pasión, y me pintaba los ojos y salía para preguntarte tu opinión, y tu sonreías y me tirabas a la cama, hecha, despeinándome, haciéndome reír, haciéndome sentir viva. Sigo delante del armario. Encuentro un pantalón ancho de Adidas, y una camiseta de tirantes blanca. Hace calor. Me pongo unas Converse blancas, también. Cierro el armario, y me dirijo al baño. Me hago un moño y tapo mis ojeras con un estúpido maquillaje que últimamente no sirve para esconder mi amargura. Me dirijo otra vez a la habitación. La cama sigue hecha, ni una sola arruga. Como siempre desde hace dos años. Cojo las llaves y abro la puerta. Ahora tú tendrías que estar detrás mía, peinándome y diciéndome: "qué guapa estás, joder, espero que nadie se enamore de ti." y yo sonreiría como una tonta y te besaría. Cogería mis llaves con mi estúpido llavero que tenía tu nombre, y saldría de casa lo más feliz posible. Cierro la puerta. Suspiro. No hay nadie regando las plantas. Antes solía estar la vecina de enfrente con la excusa de que tenía que regar, que no quería que murieran sus plantas. Acabó confesándome que era para ver mi cara de enamorada. No había nadie. Bajé las escaleras. Despacio. Cansada. Llego a la calle y el portero me da los buenos días, "esperemos que lo sean" contesto. Sonríe pesadamente y me deja ir. Me acerco al primer Starbucks que me encuentro y pido mi café preferido. Vuelve a saber a recuerdos perdidos. Acabo tirándolo en la segunda papelera que hay en la misma calle. Me pregunto dónde estarás ahora mismo. Miro el móvil, ni una llamada, ni un mensaje, ni un recordatorio. Miro la hora. Llego tarde al trabajo, como de costumbre. Si sigo así acabarán echándome. Ahora tú tendrías que llamarme y preguntarme qué quería para comer. Yo te contestaría: "sorpréndeme". Pero no hay nada. Me acerco a la carretera, pasan los coches, rápido. Cómo tú cuando te fuiste. Doy un paso. Viene un coche de frente. No me aparto. El coche tampoco. Un golpe. Un grito. Dolor. Mucho dolor. Noto cómo pierdo sangre. Suena un móvil. Es mi tono. Llamada perdida. Pierdo el conocimiento. Me estoy muriendo. Un pitido. Un mensaje en mi bandeja de entrada: "lo siento, no debería de haberme marchado, te echo de menos, te quiero." Pero es demasiado tarde, siempre es demasiado tarde. Oh, l'amour...