Pequeños tesoros

domingo, 26 de febrero de 2017

LIBERTAD.

 De repente te despiertas un día y te das cuenta de que el tiempo no está de tu parte, que solo existe para recordarte que el final está aquí, a la vuelta de la esquina.

  No tengo ni idea de si podría existir una máquina del tiempo, como en Regreso al futuro, ¿Sabes? No tengo ni idea. Lo único que se es que invertiría el proceso y me quedaría viviendo en el pasado. En ese día.

 El mejor día de mi vida no fue ni cuando nació mi hermano, ni cuando escribí algo bueno por primera vez. El mejor día de mi vida fue cuando me encontré a mí misma y supe quién quería ser. O al menos quién intentaría ser. Intentaría ser yo.

 La chica callada, tímida, adorable, débil, llorica y sumisa había tirado los papeles del contrato y había gritado en lo más profundo de mi ser: ¡me voy! Y así lo hizo. Cuando cerró la puerta me di cuenta de que se había dejado un papel, me acerqué, y leí: "me marcho porque ya es hora de que te des cuenta de cómo te gusta ser".

 Entonces se abrió la puerta y lo único que pude ver fue mi reflejo en un enorme cristal. Y lo entendí todo.

 Quería ser extrovertida, lanzada, rebelde, fuerte, de carcajada fácil y sonora, guapa por dentro y por fuera, quería ser lo único por lo que el ser humano lucha día tras día, contra ese tiempo que no deja de aplastarnos: libre.

 Y sólo cuando esa palabra apareció en mi cabeza con luces de neón, fue cuando descubrí que ser libre no era más que otra forma de estar atado. Todo el mundo habla de l apalabra libertad como si supiese mucho de ella, cuando en realidad, ni siquiera saben si aquel que inventó la palabra, en realidad quería decir "preso".

 Pero yo quería intentarlo. Lucharía por mis derechos, por mi cuerpo y por mi vida.

 Durante un tiempo fui quien quise ser. Llegaba tarde a todos los sitios, conocía a mucha gente, cantaba en la ducha y sin estar en ella, leía mucho, quería mucho, odiaba más aún y sobretodo, decía lo que pensaba, y seguía creyéndome libre por hacer todo esto.

 Y me funcionaba, os juro que me funcionaba. Era feliz o al menos eso era lo que quería creer.

 Me enamoré mucho, pero cada amor duraba muy poco tiempo. Ningún chico consiguió darme lo que necesitaba: libertad. Y quizá por eso siempre me dejaban. Empezaron diciendo que no les gustaba que pasase tanto de ellos, incluso me decían que no les parecía bien que fuese cariñosa con más gente, y acabaron diciendo que ser libre era peligroso porque durante ese estado de libertad (porque no es más que un estado transitorio), podía llegar a romper muchas almas, y yo pensaba: "la única que no quiero que se rompa es la mía", pero entonces me decíais que existía algo llamado karma y que estaba desestabilizando la balanza. Me asustasteis, de verdad que lo hicisteis. Pero no por eso llegué a este punto.

 Hubo un chico, un demonio, un rompe-corazones, que se cruzó en mi camino y casi como satirizando a la muerte, levantó la guadaña invisible e inclinándose, sonrió y me guiñó el ojo. Bendito karma del que me hablasteis y bendita yo por mirarle el alma a la muerte, desafiándola a un duelo mortal. Lo único que pude hacer fue acercarme, tenderte la mano y presentarme.

 Tuvimos un par de conversaciones en un café de por ahí, y entonces ocurrió. En la tercera cita te sentaste a mi lado, y con la misma sonrisa que tenías el día que te conocí, me dijiste: "sé que tú ya estás enamorada, sé que no puedes dejar de pensar en cómo te miro y te sonrío, y llegará un día en el que me agradezcas esto, créeme, pero me he cansado de oírte fardar de libertad cuando ni siquiera te sientes pájaro al mirar al cielo. No te creo libre, y sé que tú tampoco te crees. Así que por favor, deja de complacer a los demás y por un instante, quiérete a ti. Quiérete poco, si no sabes, pero quiérete bien. Solo cuando te quieras, entenderás libertad."

 Con un breve asentimiento, te levantaste y te esfumaste, igual que la muerte. Comprendí lo que simbolizabas en mi vida. Comprendí que al igual que el cristal, me crucé contigo por una razón, y era que tú serías el que le iba a dar muerte a mi yo libre y atrevida. Lo que no sabía era lo que pasaría después de aquello. Ni quién aparecería en mi lugar.

 Estuve unos días muerta en vida. No me levantaba de la cama, no comía, no sentía. Solo miraba el techo blanco que poco a poco me produjo más claustrofobia de la que ya tenia.

 Llegó el invierno y con él mi depresión, mi muerte. Con el frío y la nieve llegó también  mi antigua yo. La que se había marchado para hacerme libre. Cuando la vi le di un abrazo y le pregunté "¿por qué te fuiste?" Me dio un beso en la frente y despacio, para que lo asimilase bien y rápido, me confesó: "lo hice porque tú querías ser libre. Y yo sabía que cuando vieses el dolor que causa, morirías y querrías tener esa máquina de la que te hablé al principio para poder vivir en el pasado. Se me ocurrió inventarla. Compré todo lo necesario: un álbum, trocitos de papel para las coordinadas de cada uno de los días de tu vida, e incluso revelé las fotos. Le iba a llamar "álbum de la vida de X", pero me di cuenta de que vivir en el pasado puede llevarte a la muerte segura. Y entonces pensé en volver. Anoté pros y contras y ganaron los contras, así que aquí estoy. Dándolo todo por nosotras. Vuelve, no seas cabezona, vuelve a ser como eras antes."

 Y justo en ese momento, sonreí, y asustada, asentí.

 Días después comprendí que ser libre no significa ser obligatoriamente tú misma, sino que consistía en amarse, como me había dicho la muerte, y aceptarse tal y como puedes ser.

 Por eso ahora soy libre.

 Aunque también lloro a menudo.

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