Pequeños tesoros

domingo, 16 de agosto de 2015

Partidas a muerte.

 Llevaba tiempo creyendo que nadie volvería a mirarla con esos ojitos brillantes, que nadie volvería a decirle "que guapa estás hoy" o "donde te has dejado la sonrisa, pequeña". Creía que nadie le volvería a dar uno de esos abrazos que reconstruyen. Entonces empezó a encontrarse con unos ojos azules que la hacían sentir como si cayera de un noveno y abajo hubiera unos brazos esperando a atraparla, para darle la vida, o para quitársela, pero ella quería arriesgar. Le gustaba jugar y más si era a perder, porque sabía que perdería. Y aquellos ojos se declararon ganadores de la primera ronda, consiguieron atraparla y condenarla a mirarlos cada vez que se los encontrara. Después de los ojos apareció la sonrisa, que la hacía sentirse pequeña pero protegida. Aquella sonrisa venía en son de paz y ella no pudo evitarlo, volvió a perder quedándose colgada de los labios, aunque se declaró empate porque la sonrisa confesó que existía por y para ella. Pero después de la sonrisa apareció él. 

 Ella siente que nada importa, le da igual perder, ganar o quedar en empate, ella solo quiere reír. Y es que se siente tan bien, que hasta le duele. Le duele porque nunca antes se había sentido así con un chico, nunca habían conseguido que estuviera nerviosa durante un día entero, nunca habían conseguido que tirara por la borda su orgullo y que fuera ella la que volviera a hablar siempre, nunca habían conseguido que se mirara al espejo y se sintiera guapa. Pero esta vez era distinto. Se sentía tan llena, tan bien, tan feliz, que era capaz de hacer sonreír a todo el mundo solo con poner su cara de ilusionada, su cara de "se que me van a destrozar, pero aquí sigo".

Mientras tanto él jugaba con una carta bajo la manga, él tenía la suerte de no sentir nada. Sabía jugar porque no era la primera vez que lo hacía. Era fácil, y más con ella. Simplemente tenía que mirarla, decirle un par de cosas, y ya la había hecho débil. Y así era más fácil jugar con ella, jugar a que sintiera cosas que él no sentía. Jugar a hacer promesas que se quedarían en eso, promesas. 

Entonces ella sintió que algo se rompía en su interior cuando él le dijo "estoy enamorado de otra". Y como siempre, se quedó mirando como se largaba, rompiendo promesas, rompiéndola a ella y rompiendo todo lo que tocaba. Ella se sentó, respiró, cerró los ojos, y notó como el dolor se hacía insoportable, aunque ya estaba acostumbrada a perder. 

------------------------------------------------------

 Tengo unas cosas que deciros, no como escritora, sino como persona, como Irene. 
 
 A mí mi madre siempre me ha dicho que no era bueno arriesgar si con eso corrías el riesgo de perderte también a ti misma. Siempre le he llevado la contraria porque creo que para perdernos primero tenemos que encontrarnos, y yo aún no tengo muy claro quien soy ni quien quiero ser. 
 Siempre me ha dicho que no me fíe de los chicos, que lo único que quieren es hacer daño. Y de momento en eso sí que ha tenido razón. He tenido como dos relaciones más o menos serias, y las dos han acabado muy mal, y yo he acabado hasta los cojones de mentiras. Soy de esas que se enamoran rápido, que se ilusionan la misma noche que conocen al chico, que sueñan historias al lado de ellos, que nunca se cumplen, por desgracia. Soy de esas que dicen "me van a hacer daño pero me importa una mierda" pero que después de que les hagan daño están en plan "joder, esto duele mucho, no tendría que haber seguido, ha sido todo culpa mía". Y claro, así no se puede ser feliz. 
 
 Llevo como un día entero sin dejar de sonreír y con el estómago dándome vueltas, y no se si es por él o por cualquier otra cosa, pero de lo que si estoy segura es de que quiero que esto avance, quiero conocerle y que aumente esta gilipollez que siento cuando me habla y cuando me mira. Quiero que él sienta algo por mí, quiero ser yo la que le mande los mensajes de buenos días o de buenas noches, o que sea él el que me los mande a mí. Quiero que se vaya a trabajar y que no pueda dejar de pensar en mí ni un solo segundo. 

 "Qué ilusa, no sabes la de hostias que te vas a llevar", dice mi madre cada vez que sueño en voz alta. Al final tendrá razón, he salido caprichosa. 

 Al menos sé que no todos los sueños se cumplen, y que un poco de locura no hace daño. 

 Así que, ojos azules, dame una buena historia para contar, pero que sea cierta. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario